Opinión Portada 

El comentario de hoy, martes 10 de septiembre 2024

Las últimas semanas del gobierno del presidente López Obrador, han generado una crispación social inédita. Sin embargo, la protesta, la inconformidad y las razones de quienes se pronuncian en contra de la Reforma Judicial, han sido desestimadas. Han podido más la abyección, la sumisión y el fanatismo, de quienes se han erigido ya, en los nuevos depositarios de nuestra Constitución.

La citada reforma es el corolario de la venganza, la obsesión enfermiza y el odio incubado durante seis años, frente al único contrapeso que ha tenido el gobierno de la llamada Cuarta Transformación. Ello ha llevado a que, desde el mismo ejecutivo federal se hayan cometido una serie de desatinos y disparates, que sólo han abierto nuevos frentes a la presidenta electa de México.

Hay quienes opinan, con una visión razonable, que el Poder Judicial urge de reformas. En efecto, se han incubado ahí vicios. El nepotismo y la corrupción han hecho mella. Lo han convertido en una élite, con muchos privilegios. Tampoco los poderes locales se han salvado. Pero existe algo innegable. La carrera judicial ha sido uno de los procesos más estrictos en la formación de quienes mantienen vigente nuestro marco legal y constitucional.

Jueces y magistrados federales, no se diga ministros, con las excepciones recientes que han sido motivo de escándalos, han hecho largas carreras y son peritos en la materia. Son los verdaderos salvaguardas del espíritu de nuestra Constitución. Desde luego que los hay por dedazo. Pero, pretender que sean electos por voto popular, no sólo es una aberración sino una estupidez; una ofensa a la inteligencia de los mexicanos.

Y que los candidatos sean seleccionados en una especie de tómbola, pero que al final sean palomeados con fines eminentemente partidistas, pone al sistema de justicia del país en una de las peores encrucijadas de su historia. Además, le abre la puerta a despachos y personeros de la maña, que harán de nuestro Estado de Derecho, paraíso de la impunidad y la mediocridad.

Si bien es cierto que desentrañar este acertijo compete sólo a los mexicanos, conscientes del respeto a nuestra soberanía, ¿cómo hacerlo, ante una mayoría de legisladores que, más por consigna y abyección que por convicción y amor a México, prestos y serviles, le ponen al país un clavo más en este episodio de ignominia, camino a la tiranía? ¿Cuántos de nuestros levanta-dedos leyeron las 284 páginas del dictamen y las 41 páginas de la minuta con proyecto de decreto enviada al Senado, si muchos en su vida han leido más de tres cuartillas?

Las lecciones de la historia son irrebatibles. Aquí un párrafo de la carta de Juárez a Maximiliano, en junio de 1867: “Es dado al hombre, atacar los derechos plenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su realidad, hacer de su virtud un crimen y de los vicios propios una virtud, pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”. (JPA)

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